Pedro Villarroel, maestro jubilado, volvió al pueblo tras una vida de impartir conocimientos a sus alumnos, tanto chavales, como esos otros más talludos de la educación de adultos.
Reanudó la amistad que le unía desde pequeño con Saturnino, un paisano grandullón, que no tuvo la ocasión de estudiar y se quedó en el pueblo, pegado a sus tierras, sus animales y a su colilla de ideales en los labios.
Los dos jubilados echaban muchas tardes en la huerta de Saturnino, éste cuidando de las plantas y Pedro Villarroel hablando a Saturnino, que escuchaba paciente, de la cultura, de los libros, del arte.
Un día, a mediados de agosto, con la huerta en todo su esplendor, Pedro Villarroel desplegó su oratoria para decir a Saturnino que hay que ver. Como agradece la tierra el trato que le da quien sabe hablar con ella, quien conoce a la perfección el lenguaje de la lluvia, las fases de la luna, el calor de la tierra, las costumbres y necesidades de esos seres vivos que son las plantas.
Saturnino levantó el espinazo, echó la boina para atrás, le miró despegando el ideales de la boca, apoyado en la azada y le dijo con esa retranca: creo que lo mío es la agri y lo tuyo la cultura. El maestro sintió que le zumbaba la mosca detrás de la oreja y le preguntó que qué quería decir con eso.
-Pues nada Pedro, que si yo no cavo, tú no comes patatas.
Porbre Pedro. Siempre habrá habido alguno que le dijera don, eso sí. Ahora ya ni eso :)
ResponderEliminarTal que así de clarito.
ResponderEliminarMi concepto de la cultura cambió después de leer a ese maestro que era Don Miguel Delibes en "El disputado voto del Señor Cayo"
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