Porque yo lo quiero, a veces me parece recordar como un tambor apagado, el sonido de su corazón en aquel mundo acuoso, oscuro y cálido. Puede que a lo lejos también su voz y sobre mi piel el peso de las manos, que por la noche acariciaban su propio vientre.
Un día la luz estalló en mis ojos, después de atravesar el túnel angosto que desemboca en la vida y allí me esperaba ella, donde siempre estuvo, riendo entre lágrimas y con más ganas y más necesidad de vivir que nunca, a pesar del agotamiento.
Su cuerpo continuó siendo mi alimento durante unos meses, en los que me pude beber la fuerza de una mujer joven, que casi permitiría que su vida se fuese entera por sus pechos, con tal de verme crecer fuerte.
Primeros pasos de su mano, primeras caídas, fáciles de sobrellevar en su compañía.
Mis primeras letras. La eme con la a má, la pe con la a pá. Un lapicero aprendía a correr sobre el papel, guiado por mis manos sucias entre las suyas y el conocimiento de que todo un mundo puede pintarse con la voluntad sobre un papel.
Los primeros años fueron más fáciles para los dos. Después llegaron las ausencias y los regresos, los besos furtivos en mi frente cuando me creía dormido y a un adolescente no se debe besar si no se le quiere avergonzar. Yo fingía estar dormido y ella se alejaba presurosa para no ser descubierta.
Luego el volar del nido y su vigilancia lejana, siempre ayuda, siempre apoyo, siempre madre.
Y un día la orfandad, ese recordar acuoso a quien tanto te quiso, ese preguntarse por qué no hice más por ella, ese echar de menos a quien, por fin, comprendes.
Yo no alcancé a comprender todo eso hasta que tuve a mi primer hijo en brazos...luego sabes que la frontera sólo se cruza una vez, el viaje sólo es de ida, no puedes volver a ser sólo hija y no puedes dar marcha atrás ni ser hija mejor de lo que fuiste...
ResponderEliminarUn abrazo