Su madre quiso consolarle, sin convicción, pero tratando de amainar el temporal de los ojos de su hijo. Tranquilo hijo, dios aprieta pero no ahoga.
Su hijo trató de mirarla escondiendo el incendio de ira en sus ojos, para no herirla más, pero respondió, mascando una rabia amarga: si madre, dios aprieta, pero bien. Ya sólo noto su presencia cuando aprieta.
Y se volvió abrazado por la desesperanza de los lunes al sol, acosado por lo que no pudo ahorrar cuando su sueldo era miserable, pero lo era.
De nada servía lamentarse por el pasado, no era el paraíso precisamente, pero un infierno aún más amenazador se cernía sobre él, desde el momento en el que recibió un despido con referencia a una reforma, que parieron las ansias de los poderosos y que dieron carta de naturaleza los que prometieron solucionar los problemas. Los de los empresarios serían.
Y aún le quedaban dieciséis años, y subiendo, para agarrarse a una tabla de salvación que no asegura esperar tanto, que le indultase de la vida de trabajos mal pagados y peor reconocidos. Jubilación le llaman a ese júbilo de, por fin, hacerse viejo y esperar al ocaso en el andén de la estación final.
Mientras, las penurias económicas le acercarían a ese andén cuando le pretendan curar el cáncer con lista de espera de aspirinas, cuando su hija tuviera que abandonar una educación que no podrá pagar y la deje preñada un gañán sin dinero para viajar a Londres.
Él pensó que los que mandan, apoyados por los que ordenan, lo que de verdad quieren es que las sobras humanas como él, se vayan al otro barrio y cuanto antes mejor, para no ocasionar gastos, que no podemos gastar lo que no tenéis, que hasta el moriros lo queréis por encima de vuestras posibilidades.
Ya no valéis para cotizar en el mercado. Si, el mercado que abarata el precio de la carne humana y ayuda a la dura faena de obtener una decente cuenta de resultados. Que os habéis creído que los beneficios vienen solos, pues no, hay que reducir costes para que todo vaya como la seda y vosotros sólo sois costes.
Así que a vivir de la pensión de la abuela a la que dios guarde muchos años, por la cuenta que nos trae. Aunque sea poco, para el estado es un dineral el mantener a tanto viejo, tanto dependiente y tanto vago en el paro, hay que mover el culo y buscarse la vida, que una crisis si bien se mira, es una oportunidad.
Por todos esos pensamientos negativos, se amargaba sin remedio. Menos mal que al menos llegaron sus amigos con unas latas de cerveza para ver el partido de Champions, porque se le estaba ocurriendo el montar una gorda a cuenta de la gasolina, el primero de mayo en la manifestación. La duda consistía en el uso de la gasolina, pero desechó la idea de quemarse a lo Bonzo, porque no se salieran con la suya los de la cuenta de resultados. No era tan glamuroso, pero empezó a considerar la idea de meter la gasolina en una botella y prender con el mechero el tapón de trapo.
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